En aquella noche, el poeta que no dormía se escondió tras sus luces apagadas. Su rostro no se veía, ni para él ni para los ciegos que deambulan por aquella habitación. Silenciosos, Pero atentos. Presencias que uno siente en su piel.
Son bestias, son humanos, son mas que todo esto. Son todo y son algo que no existe, no puede existir.
Y este poeta permanece allí, sentado. En una silla negra que gira. Su cabeza entre sus rodillas. Posición fetal. No tiene miedo. Pero su respiración le da jaqueca. Es que no puede abrir sus ojos. No puede. Es real, Todo es real. El mundo es inmenso. Es gigante. Tras sus ojos, el sabe la verdad. Hay monstruos. Hay seres humanos. Hay muebles y ventanas. Hay una calle y un cielo infinito. Un espacio que no acaba, que no conocemos su final. Y un mar, rodeado de océanos: El pacifico, el Atlántico, El Indico, El Antártico. Y los fondos submarinos. Aquellas bóvedas profundas y negras. Absolutamente negras.
Y en sus versos mentales se traduce lo que siente, pero es incomprensible. No puedo describirlos. No conozco las palabras, soy patético.
En fin, el poeta seguía allí, pensando en todo lo que lo rodeaba, y lo que extrañaba. Lo que allí faltaba, a su lado. Aquella mano. Aquellos pensamientos. Aquel romance y sus promesas.
Cayo en la cuenta de que estaba solo, pero recordó una frase. Repetida muchas veces: "El que tiene nobles pensamientos jamas esta solo". No era así, recuerda. Era distinta, pero era parecida, al menos cree.
El poeta abre los ojos. Mira la pantalla blanca.... y escribe.
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